Mi casa,
tan amplia para mi soledad,
tan pequeña para mis sueños.
Su color amarillo
de apretada realidad
me calma de día,
me entristece de noche.
Silencio que eleva
o mata.
Bastión de la ira
que encierra mi cuerpo
cuando nada basta.
Castillo de pensamientos,
encuentro y desencuentro
de mi alma conmigo,
conmigo el recuerdo.
Recuerdos, nostalgias.
Se encuadra la luna
en mi ventana
espiando curiosa
los rincones más lúgubres
de mi casa y de mi alma.
Intento pintarla,
es vano,
se mueve al compás de las ideas
y escapa…
Sentada en el piso
dibujo entonces el vacío,
y vuelvo a mirarla.
Comprendo que sólo
pretende mis horas más bajas.
Faltan cuadros pienso
mientras se detiene en mi ventana.
Y el ropero que aún no tengo
deja un espacio tremendo
donde cae la ropa
de quien desnuda su cuerpo y alma.
Un colchón blando y delgado
hospeda mis partes
cubiertas de brisa, de noche, de calma.
Un sillón negro me extraña,
y la mesa de luz más vieja que nunca
aún me acompaña.
Mientras, un espejo roto
agranda el espacio de mi cuarto
y me invita a mirarme tan dentro, tan dentro,
que cae una lágrima.
Duele el silencio, la calma,
la brisa, la ausencia del todo.
Es esto la vida…
una simple y fugaz morada.