viernes, 16 de julio de 2010

La Mudanza


La mudanza

Primero, se mudaron los muebles, de a poco  y en silencio se fueron marchando por la puerta de servicio, como si tuvieran algo que ocultar.
Mamá fue la primera en notarlo, pero no dijo nada porque pensó que era una más de sus amenazas. Cuando por fin comprobó que era seria la cosa, alarmó a la familia con la noticia. Papá tomó la iniciativa de detenerlos, pero no logró efecto alguno. Fue mi hermano mayor el más osado, quien se interpuso en su camino; esto le costó una fractura en la costilla, dado que justo se ubicó delante del aparador cuando éste llegaba a la puerta. Acto seguido, le tocó el turno al viejo modular, estandarte  que  habíamos heredado décadas atrás por el ocaso de mi tía Emma. Aquel no tuvo reparos en avasallar cuanto objeto se encontrara en su camino, hasta parecía magnetizado por la forma estrepitosa en que se movía hacia la salida del hogar.
Había transcurrido ya casi una hora desde el inicio de tal  escape, cuando apareció en medio de la escena de los hechos, nada más ni nada menos que la biblioteca en donde  yo guardaba toda mi colección de libros Billiken: “Ocho primos”, “Una chica a la antigua”, etc… ¡No! No podía permitir tal hazaña cuando tanto me había costado recolectar esas letras. Recuerdo que luego de robarle a mi hermana mayor los primeros ejemplares, reapropiándome impunemente de los mismos, decidí utilizar mis ahorros en cada uno de los números subsiguientes. Si bien, es cierto que los compraba mas por pasión a la colección que a la literatura, era una pena que los perdiera por un impulso de tan atrevida biblioteca.
Dados de esta manera los hechos opté por intervenir activamente en la interrupción de dicha mudanza. Tratando de mediar diplomáticamente en un primer momento, y recibiendo caso omiso por parte de la susodicha que huía sin reparos, acudí a mis más salvajes instintos de hombre-animal, gritando que se detuviera inmediatamente, porque de lo contrario la rompería en mil, sin importarme los años compartidos en el mismo hogar. Cuando ya estaba a punto de darle con el palo de escobillón que logré capturar en medio de tal caos, se detuvo, giró su mirada haciendo un paneo por cada miembro de la familia y dijo:
_ Hasta acá llega mi servicio hacia ustedes, he soportado años de maltrato, y peor aún de indiferencia, apartada en el más triste de los ambientes de esta casa, respetando estoicamente que sólo se me contemplara en el momento de la búsqueda de algún vetusto libro, sin considerar siquiera  pasar sobre mí una tímida gamuza para extraerme la tierra que se acumulaba sobre mi fisonomía día a día. Es demasiado. Me marcho.
Habiendo escuchado su alegato atiné, un poco sacudido, una vez más a detenerla con mis palabras. No hubo caso, esta vez la ofendida parecía estar aferrada a su decisión, y no escuchaba palabra alguna. No me dejaba opciones. Fue entonces que apliqué la fuerza. El palo de escobillón, un tanto amotinado y en la negativa de prestarse a ser el autor material de una posible desgracia contra su compañera, se volvió difícil de doblegar, pero yo, que algunas técnicas de lucha tenía, logre doblegarlo, y en unos minutos estaba encima de la biblioteca resquebrajándola abruptamente. Consumado este hecho la pobre cayó rendida, deslizándose por todos lados mi colección de libros Billiken. Lo había logrado. Pero tal victoria, que no era la final,  me había convertido en un asesino de muebles. El estigma me marcaría para toda la vida. Quedé sentado un instante reflexionando sobre eso y tratando de convencerme que la causa de mi delito era justa.
Papá notó mi introversión y me dio un palmadita en el hombro a modo de consuelo. Por un momento parecía darse por finalizado el altercado, pero esta cierta tranquilidad no duró mucho. Comenzó nuevamente la corrida de los muebles  a una velocidad mayor. Ya no quedaban muchos recursos, habíamos perdido  la heladera, el aparador, las camas, sin contar el trágico final de la biblioteca. En medio de la vertiginosa huída corría la mesa con sus sillas por detrás como pisándose una  a la otra, temiendo ser capturadas  por nosotros. Mamá se tendió rendida sobre el único sillón que repudiaba tal rebelión, acusado claro por el resto de traidor a la estirpe. Papá y mi hermana miraban atónitos el sucederse de los acontecimientos uno al otro, con la impotencia de quien cree en la justicia de las cosas y ante sus ojos sucede lo contrario sin posibilidades de revertirlo.
Uno a uno se fueron marchando nuestros muebles. Por último, escaparon los restantes sillones, el escritorio, las mesas de luz, ¡y hasta los artículos de limpieza! El caos era ya inevitable. La soledad fue ocupando su lugar… Los marcos de  las ventanas por causa de la conformidad grupal, que estimula, partieron también, dejando los espacios abiertos por dónde se filtraba una suave brisa que simulaba el nostálgico después de toda afrenta.
Papa quedó sentado en un rincón del vacío comedor, con la mirada perdida en quien sabe qué estratosfera. Sucede que no debe ser fácil reinventar un sitio para vivir. Es por eso que sugerí a la familia comenzar de nuevo, desde el estado cero. Para eso debíamos también nosotros partir. Sin muchas palabras hubo asentimiento general. Recolectamos algo de ropa, provisiones mínimas. Y emprendimos viaje sin rumbo.
Supe meses más tarde que algunos de los subversivos habían perecido en el exilio, y que otros estaban en casas más amplias, cómodas. Pero en  un anonimato que rozaba la indiferencia letal. Me entristeció un tanto la noticia, dado que siempre creí que todo levantamiento por causa común conduciría al éxito rotundo, pero los muebles también se equivocan.
Creo que mi familia olvidó ya el pasado, y ya encontraron nueva casa, que de a poco van llenando para tapar el vacío que agobia. Yo no. Aun pienso en mi biblioteca, y en mis libros… pero ya no colecciono, ni me aferro a nada. Sólo  vivo, viviendo como si nada fuera tan real.



La casa de aquel poeta

Mi casa,
Tan amplia para mi soledad
Tan pequeña para mis sueños
Su color amarillo
De apretada realidad
Me calma de día
Me entristece de noche
Silencio que eleva
O mata.
Bastión de la ira
Que encierra mi cuerpo
Cuando nada basta
Castillo de pensamientos
Encuentro y desencuentro
De mi alma conmigo
Conmigo el recuerdo
Recuerdos, nostalgias.
Se encuadra la luna
En mi ventana
Espiando curiosa
Los rincones más lúgubres
De mi casa y de mi alma.
Intento pintarla
Es vano,
Se mueve al compás de las ideas
Y escapa…
Sentada en el piso
Dibujo entonces el vacío,
Y vuelvo a mirarla
Comprendo que sólo
Pretende mis horas más bajas.
Faltan cuadros pienso
Mientras se detiene en mi ventana
Y el ropero que aún no tengo
Deja un espacio tremendo
Donde cae la ropa
De quien desnuda su cuerpo y alma.
Un colchón blando y delgado
Hospeda mis partes
Cubiertas de brisa, de noche, de calma.
Un sillón negro me extraña…
Y la mesa de luz más vieja que nunca,
Aún me acompaña,
Mientras un espejo roto
Agranda el espacio de mi cuarto
Y me invita a mirarme, tan dentro…tan dentro,
Que cae una lágrima.
Duele el silencio, la calma,
La brisa, la ausencia del todo,
Es esto la vida…
Una simple y fugaz morada.

palabras

Cruentas las palabras revolotean en mis labios,

Como fieras en la puerta de la jaula, desesperada

Intencionadas, alborotadas, en busca de la voz

Juegan a no encontrarse, las veo a si mismas tocarse

Jactarse, agrandarse, mirarse, sin miedo arrojarse

sus caras parecen borrarse en manos de bocas gigantes

es ínfimo el espacio contiguo,

en que todas se aprietan inquietas,

Forzosa contienda de bravas,

se cuelan vehementes del tiempo,

Y abrazan en ronda la idea

que emerge desde el fondo del alma

son pocas las que hallan significado

Y muchas las que se pierden en significante